LA HISTORIA QUE SÓLO SE CUENTA UNA VEZ (Texto: Noreste / Ilustración: Ana Rello)


Nunca había tenido verdaderos motivos para desconfiar de las personas, sin embargo, a lo largo de su vida se había aislado paulatinamente del resto y se relacionaba lo justo y necesario para pedir un café, hacer la compra en el mercado y pagar los recibos en el banco. Pasaba la mayoría de los días encerrado en casa con rutinas idóneas para combatir la soledad desde la mesa de su habitación sin dar explicaciones a nadie. Sus cotidianidades lo estaban volviendo loco, pero no tenía el valor de enfrentarse a sus temores. Creía que el género humano y la sociedad moderna seguían incurriendo en los mismos errores del pasado. La comunicación le parecía algo imperfecto y la infinidad de cortocircuitos que se producían para llegar al mutuo entendimiento le hartaban. El esfuerzo de entablar conversación con desconocidos le provocaba una desidia y una pereza desproporcionada. La ciudad era para él como un conjunto de pequeños universos que no paraban de chocarse. Terminó por convencerse de que el mundo no era un lugar hermoso.

Le gustaba gastar las horas en silencio rodeado de libros. Un día estaba ojeando unos volúmenes de Historia en la librería de su barrio cuando un pequeño cuaderno le cayó de canto en la cabeza. Se agachó y lo recogió del suelo. Era un libro estrecho y pequeño con las hojas amarillentas. Parecía muy antiguo. Miró hacia la pasarela de arriba pero no vio a nadie. En las estanterías, las colecciones seguían colocadas en su sitio. Lo abrió y metió la nariz en medio porque le encantaba el olor de los libros. Leyó un párrafo al azar y comprobó con asombro que estaba extraordinariamente escrito aunque no sabía de qué hablaba. Lo cerró y miró el título en la portada: “La historia que sólo se cuenta una vez”, y le pareció infantil pero interesante. Cuando se lo mostró al librero para comprarlo, éste le dijo que no tenía constancia de aquella novela en los archivos, y que probablemente se le había caído a alguien. Con la excusa de devolverlo, entró de nuevo, pero a mitad de camino se arrepintió y se lo guardó en el bolsillo, saliendo posteriormente sin despedirse.

Se preparó algo de comer y se sentó en el sillón de su casa. Cogió el extraño libro que el destino le había tirado a la cabeza, y se percató de que la portada había desaparecido, como si la tapa blanda donde estaba escrito el título hubiera sido arrancada. Miró en el bolsillo del abrigo y por el suelo de la habitación pero no la encontró, así que comenzó a leer sin dar demasiada importancia al suceso. Era magnífico. Cada línea estaba escrita con un gusto exquisito. Los párrafos invitaban a ser leídos despacio. Cada frase encerraba muchísima información aunque estaba redactado con un estilo espontáneo y sencillo. Cuando terminó con aquella primera página que curiosamente coincidía con el primer capítulo, rebuscó alguna referencia del autor en el interior y en la contraportada pero no halló ninguna pista que le ayudara a desvelar su identidad. Cuando quiso retomar la lectura se dio cuenta con sobresalto de que el capítulo que acababa de leer también había desaparecido, y para continuar no tenía que pasar la página sino empezar otra vez desde el principio con el libro cerrado. Era cosa de brujería; estaba asustado. Puso a prueba sus percepciones con un experimento. Abordó el segundo capítulo deleitándose con el argumento y los personajes. Aquellos dos primeros capítulos parecían tener relación pero no tenían nada que ver uno con otro. Desde luego era un comienzo insólito, el comienzo de una obra maestra. Cuando acabó, pasó la página muy lentamente, procurando no distraerse, y al abrir la hoja completamente, observó anonadado cómo ésta se deshacía entre los dedos de su mano izquierda hasta convertirse en un polvo finísimo. Se había evaporado delante de sus ojos. Estaba temblando. Agarró el abrigo y salió de casa corriendo con el libro entre las manos. Lo que más miedo le daba es que lo que había visto era imposible.

Dejó de correr porque estaba agotado. Respirando con dificultad se sentó en un banco de la plaza. Alrededor todo parecía normal. Se serenó pensando que simplemente había sufrido una alucinación, y soltó una carcajada nerviosa por haber sido tan estúpido. Tenía el libro delante y lo miraba con recelo. La gente cruzaba al lado de él, algunos vigilaban a sus hijos, que se divertían en el parque infantil, otros habían sacado a pasear a sus perros, unos adolescentes se besaban tumbados en la hierba. Con toda aquella algarabía, rodeado de personas, se sintió más cómodo y seguro que en su casa, lo cual era bastante extraño, pero pensó que la situación que acababa de experimentar también lo era. Aspiró profundamente y decidió enfrentarse otra vez al fenómeno. Sonrió pensando que en el fondo deseaba con todas sus fuerzas continuar leyendo aquel libro asombroso. Deslizó la mirada por las frases del tercer capítulo y quedó involuntariamente atrapado por la historia una vez más. La narración jugaba con su imaginación de un modo sorprendente, describiendo un mundo de ficción con paisajes engañosos que de alguna manera él sabía que existían de verdad, relatando acontecimientos inconcebibles que su intuición le avisaba de que habían sucedido realmente, desarrollando una fantasía inaudita que tampoco se trataba de una invención. Giró la página con la mano trémula y una esperanza encendida como una llama en sus pupilas, pero al extenderla totalmente volvió a suceder lo mismo y el papel se desvaneció como por arte de magia. Chilló y lanzó el libro contra la arena del parque, unos cuantos metros por delante de él. Algunos de los presentes se quedaron mirándole con desaprobación, pero uno de los niños dejó de columpiarse y se acercó al libro. Cuando el ambiente volvió a la normalidad, el niño, que había recogido el libro, se aproximó y se lo ofreció estirando los brazos. Entonces, tuvo la súbita idea de rebasar una cuarta página delante de alguien para comprobar si lo que estaba experimentando eran imaginaciones suyas.

-       Espera, no te vayas, observa…_ le susurró al niño.

Delante de él pasó esa cuarta página, que por supuesto, era la primera porque las demás habían desaparecido, pero no ocurrió nada, la hoja seguía allí y el niño lo miraba estupefacto. Por un momento pensó que habría sido una lástima verla desaparecer sin siquiera haberla leído, y que quizá ésa era la causa de que no hubiera sucedido. La prueba no había concluido todavía.

-       Te voy a leer un cuento…

El niño no mostró ningún interés, pero se quedó a pesar de todo. La chica que cuidaba del chaval se acercó para llamar su atención, pero al ver lo que estaba sucediendo, permaneció a su lado, aguardando en silencio.

Mientras leía, el relato le absorbió de tal manera que se olvidó de su pequeño espectador y no tardó mucho en llegar al punto final de ese capítulo. Sin levantar la vista, pasó la página desplazándola suavemente con dos dedos y al girar la hoja, un golpe de viento se la llevó mientras se esfumaba en el aire. Alzó la mirada bruscamente. La muchacha estaba desconcertada y tenía las cejas arqueadas hacia arriba.

-       Guau, ¿cómo lo has hecho?_ preguntó el niño.

Eso demostraba que ellos también lo habían visto. Se incorporó y se alejó de la plaza sin decir nada, se metió en un café repleto de gente, y con el bullicio de las conversaciones se sintió más seguro. Sospechaba que su patología iría en aumento si se quedaba solo. Pidió una cerveza y se la bebió de un trago, luego encendió un pitillo. Cuando estuvo más calmado, recordó cómo el niño había presenciado el prodigio, lo cual significaba que no era un lunático y que su razón estaba intacta. Mirando con escrúpulo el quinto capítulo que ahora era la portada, se convenció finalmente de que simplemente estaba siendo testigo de un acontecimiento mágico. Siendo joven habría deseado que le sucedieran cosas asombrosas de ese estilo, sin embargo, ahora estaba siendo partícipe de un hecho realmente maravilloso, casi como ser visitado por extraterrestres, contactar con fantasmas o desarrollar un superpoder. Se sentía como el elegido de una novela épica. Aquel descubrimiento estaba sucediendo de verdad, y por un instante le entristeció no tener a nadie con quien compartirlo.

Por fin se hizo cargo de la responsabilidad del milagro que le habían otorgado, salió del bar y se sentó en el rellano de la acera con el libro entre las manos. Podía guardarlo en su casa como un tesoro o lograr popularidad y prestigio divulgando el portento. En seguida desechó las dos opciones, ya que no aguantaría ni un minuto la intriga de examinar el libro y devorar la historia. Decidió concentrarse exclusivamente en ese objetivo. Regresó a casa, cerró con llave, descolgó el teléfono y se acurrucó debajo del flexo. No quería interrupciones. Leyó el quinto capítulo como si lo estuviera viviendo, con la reiterada sensación de que el argumento le sonaba de algo, pero consciente de que no lo había leído antes. Sin duda se trataba de la mejor novela que había caído en sus manos a lo largo de su vida. Como con anterioridad, giró la página para continuar con el capítulo siguiente y observó con resignación como se volatilizaba.

No tenía los datos de la editorial ni del autor pero pensó que seguramente un libro que desaparecía según se leía debía ser un ejemplar único. Por otra parte, reflexionando unos minutos se dio cuenta de que sería la única vez que lo leería. Automáticamente se acordó del título de la portada, “La historia que sólo se cuenta una vez”, y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

Una inquietud se le había clavado en el pecho. En las cinco páginas que había leído, había descubierto las claves de una innovación literaria sin parangón. Más allá de sus características sobrenaturales, ese libro estilaba una prosa sin antecedentes y narraba un argumento inigualable. Era una joya de la literatura y no podía esfumarse y caer en el olvido. Recordaba algunos escenarios, algunas frases y el carácter del personaje principal, pero todo ello eran ideas vagas con las que era imposible reconstruir la narración o tratar de contársela a alguien. Era una historia de detalles destilados minuciosamente, sin los cuales, cualquier intento por emularla sería un fracaso. El único modo de preservarla era reproducirla al milímetro sin dejar una coma por el camino. Si terminaba de leerla sin más, sería como si la historia nunca hubiera existido.

Intentó memorizar el sexto capítulo, pero fue en vano. Iba repitiendo mentalmente sílaba por sílaba cada una de las palabras. Con los dos primeros párrafos no tuvo problemas pero a partir del tercero la cosa se complicó. Conseguiría memorizar un capítulo o dos, pero asimilar toda la información sin desperdicio era una tarea descabellada, y para colmo, al hacerlo se perdería el placer de sumergirse tranquilamente en la historia.

Debía realizar una copia inmediatamente. Volvió a abrigarse y bajó a la calle. Su sorpresa y la de los jóvenes trabajadores de la imprenta, fue tremenda cuando al tratar de fotocopiar la primera página, que en realidad era la sexta, los folios salían insistentemente en blanco. Probaron con todas las máquinas del establecimiento pero fracasaron, sin embargo, al chequear el mantenimiento de los depósitos de tinta con otro cuaderno escogido al azar, éstas reprodujeron con exactitud los dibujos. Ante la hipótesis de que los caracteres del libro estuvieran demasiado gastados, todos miraron con escepticismo. Mientras los empleados se enzarzaban en ridículas deducciones, cogió el libro y se escabulló de la tienda subrepticiamente. Mientras regresaba a su casa se estremeció pensando que había sido partícipe de otra anécdota sombría relacionada con la magia del libro.

Nada más entrar por la puerta se dirigió a su ordenador portátil y lo encendió, por el camino había fraguado una idea nueva y quería ponerla en práctica sin perder un segundo: si no podía fotocopiarlo, lo transcribiría línea por línea personalmente. Al juntar las palabras suficientes como para considerar que la frase formaba parte de aquella historia, ésta desaparecía de la pantalla. Intentó escribir porciones pequeñas sin sentido e ir guardándolas poco a poco por fragmentos pero fue en balde porque no se quedaban registradas. Estaba helado. Agarró un bolígrafo y empezó a reproducirlo a mano pero igualmente las palabras se iban difuminando hasta borrarse por completo. Intentó inútilmente con un lápiz. No había esperanza, aquella novela estaba condenada a morir con él en su lectura, y su destino era desaparecer sin dejar constancia y sin que nadie se acordara de ella.

Volvió a rememorar el título: “La historia que sólo se cuenta una vez”. “¡Maldita sea!”_ gritó. La solución era tan obvia que renegó de su propia ineptitud. Había una única manera de resucitar esa historia una y otra vez cuando hubiera desaparecido. Sólo podía ser inmortal en la memoria. No cabía en los límites de la suya, pero hallaría hueco de sobra en la de la gente. Simplemente tenía que encontrar el número de personas suficientes y regalar a cada una un fragmento. Después, cada vez que quisieran reproducir aquella brillante novela, bastaría con que se reunieran y la recitaran uno a uno en orden desde principio hasta el final. Aquella última idea era una maniobra perfecta.

Llamó a su hermana sin dilación para invitarla a cenar, y aunque tardó un rato en arrancar la desconfianza inicial de ésta, acabó por convencerla de que fuera con el marido a su casa. No estaba cómodo con la situación, pero suavizó su comportamiento y trató de ser agradable porque esas dos personas suponían dos párrafos que sobrevivirían, y curiosamente, al transigir de aquel modo, disfrutó de la velada como hacía tiempo que no lo hacía. Llegó incluso a olvidarse de los recientes incidentes que lo habían torturado durante el día. Con los postres sacó el tema y sin entrar en detalles les rogó que memorizasen dos fracciones que les iba a leer para hacerle un gran favor. Ellos estaban tan encantados con la transformación de su actitud, que no se opusieron. Cuando se marcharon, le embargó una decepción tremenda al pensar en la cantidad de personas que necesitaría reunir para culminar el proyecto, imaginando que para alguien como él, que prácticamente no tenía amigos, sería aún más complicado, y le asaltó una amargura que desconocía. Se sentía estúpido. Todos los pilares que sustentaban sus principios y sus creencias se habían desplomado de un golpe. Lloró en la cama y se quedó dormido.

Después de desayunar por la mañana, recuperó el aliento y aceptó la parte buena del conflicto interno al que se había enfrentado. Aquella novela le había salvado de morir como un asceta ignorante. La historia que contaba era como la historia de su vida, algo maravilloso y efímero al mismo tiempo.

Buscó un trabajo de camarero a jornada completa porque la hostelería le sugirió una de las mejores formas de relacionarse con bastante gente cada día, llamó a antiguos amigos para mostrarles su cara renovada, comenzó a salir por la noche con sus compañeros e incluso se citó en un par de ocasiones con clientes. No desperdiciaba ni una oportunidad de entablar conversación con cualquier desconocido. Incluso el que a priori le parecía más frívolo de ellos, al cual sus prejuicios habrían rechazado por una manera de vestir, de hablar o de pensar, acababa sorprendiéndole en algún momento con una reflexión genial. Conforme adquiría confianza con ellos y su agenda se llenaba de teléfonos, los párrafos del libro mágico iban siendo memorizados y las páginas y los capítulos se iban extinguiendo.

Una noche de sábado rechazó cientos de planes que le ofrecieron y se quedó solo en casa, encendió unas velas, cenó copiosamente en silencio y se dispuso a concluir la aventura en la que se había embarcado muchos meses atrás, asumiendo su parte de responsabilidad. Cogió la última página del libro, que a esas alturas era también como el primer y único capítulo, y comenzó a leer muy despacio los dos párrafos finales de la historia, para no olvidar ninguna consonante, ninguna vocal, ningún acento ni signo de puntuación hasta llegar al final. Luego cerró los ojos y sintió como el tacto del papel en la palma de sus manos se desvanecía.

La historia más increíble jamás contada había terminado, pero otra daba comienzo, la de su vida, que por supuesto, solamente se podía contar una vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario