QUIETO

                                                            Noreste: Quieto

Déjame que te cuente sobre aquel día en que me quedé paralizado.

Pasa el tiempo y uno se ve envuelto en comportamientos viciados que es incapaz de corregir sobre la marcha. A veces es necesario distanciarse para ver las cosas con claridad, dejar de pensar en la ecuación para resolver la incógnita. Hace falta valor y grandes dosis de paciencia, pero a veces, la mejor manera de solucionar un problema es no hacer nada para solucionarlo y dejar que se solucione por sí mismo. Es como aprender a encontrar en vez de buscar, como aguardar a que lleguen las cosas en lugar de perseguirlas, como dejar espacio y tiempo a que las cosas sucedan y se coloquen en su sitio. 

Es igual de malo pasarse por exceso que por defecto. En mi caso, el exceso de ímpetu a la hora de conseguir lo que quiero me juega verdaderas malas pasadas. Con los años he descubierto que cuanto más intentas tensar la cuerda que te une a alguien más probabilidad hay de que se rompa. Cuando tienes verdadero magnetismo con alguien es porque sois polos opuestos, y en una circunstancia así, lo mejor es guardar siempre esa mínima distancia entre los dos, ya que franquearla, sobre todo si se hace demasiado deprisa, puede repeler y alejar al otro con mucha fuerza. Si agarras algo vivo con demasiada fuerza puedes ahogarlo, como les sucede a los niños con los gatos, y es que en verdad, demasiado amor puede ser perjudicial para la salud, mucho amor puede matar. Si aprietas algo blando entre las manos se te escapará entre los dedos.

Son las reglas del juego. Uno no nace sabiéndolas, y por desgracia solamente acaba aprendiéndolas con cada una de sus crisis y sus rupturas irremediables. Otra gran verdad es esa de que solamente sabemos lo que teníamos cuando lo perdemos, pero me parece un tópico de lo más irritante, por eso me gusta más pensar simplemente, que en ocasiones es preciso, tal y como mencionaba al principio de este relato, distanciarse para detectar en qué nos estábamos equivocando. Realmente sólo hace falta eso para aprender de nuestros errores, un poco de espacio, y tiempo. La mayoría de las veces, el tiempo necesario, suele ser demasiado tiempo, y regresar al punto de partida nunca suele ser una opción. Como decía Pedro Salinas, si amas algo de verdad, déjalo volar en libertad, y si vuelve, es que es tuyo.

Hacia meses que yo actuaba sin cesar como un maestro de ceremonias de nuestra relación. Orquestaba cada uno de nuestros encuentros, nuestra convivencia, nuestras vacaciones, nuestros cumpleaños, nuestras aspiraciones. Demasiado trabajo para no terminar rendido. ¿Pero por qué? Sencillamente porque si tienes un proyecto con alguien, y da igual que sea profesional, artístico o sentimental, has de dejar que la otra persona vaya trazando los designios de vuestra relación del mismo modo que tu lo haces, has de permitir que lo haga en la misma cantidad y calidad que tú lo haces. Has de conseguir el ansiado e indispensable equilibrio del que se nutre la vida para perpetuarse.

Si el regalo que le haces por su cumpleaños es demasiado caro, demasiado obsequioso o demasiado sorprendente, harás que se sienta mal con el que ella te haga. Si tú decides dónde ir o qué hacer, ¿cómo va a hacerlo ella? Si hablas demasiado no escucharás lo que tienen que decirte, quizá hasta se olviden de lo que querían contarte. Si te empeñas en que la otra persona sienta o se emocione como tu lo haces, no podrás fijarte en el modo en que ella lo hace. Si crees que solamente se puede amar como tu amas, el amor de la otra persona nunca será suficiente. Si crees que sólo amas tu, ella dejará de amarte.

El falso liderazgo es un problema crónico. Cuando pretendes tener el control sobre todo lo que sucede, obligas a los demás a perder el interés, delegarán sobre ti involuntariamente, y dejarán de sentirse involucrados y comprometidos, poco a poco dejarán de implicarse, dejarán de sentirse dentro y se sentirán fuera.

Este ha sido mi pecado, mi defecto, mi espada de Damocles. Lo he comprendido demasiado tarde y he aprendido a controlarlo mucho después. He perdido el gran amor de mi vida por culpa de ello, varios amigos, y he necesitado más de una década dando tumbos en diferentes proyectos, para aprenderlo, evolucionar y convertirme en quien soy ahora. Lamentablemente o por fortuna, no hay otra manera en la vida.

Mi vida está plagada de encrucijadas que voy dejando atrás sin tiempo para pararme a pensar cuál de los dos caminos me habría gustado recorrer, dilemas que se resuelven solos, a golpe de impulso cardíaco.

Las direcciones que tomo nunca me satisfacen. Cualquier vía de servicio supone un tránsito desconocido e incómodo (quizá porque el esfuerzo que requiere no se corresponde nunca con mi desidia y mi pereza, quizá porque un romántico tiende a explorar pero sin dejar de mirar al pasado). Por eso decido regresar a la recta inicial, pero cuando lo hago la arboleda que flanquea el recorrido, el cielo que lo cubre e incluso el mismo circuito han cambiado, y pronto prefiero volver a desviarme tomando la primera tangente a la derecha.

El impulso es un balazo certero al centro mismo de mi espíritu, de mi sensibilidad, un disparo en la integridad que me atraviesa sin avisar dejándome tembloroso y muerto de miedo. El impulso es el brazo ejecutivo de una duda o un sentimiento que nace de la nada y se agazapa en las tripas arañándote hasta que lo sueltas. 

Es muy simple, ahora estás bien, con los hilos enderezados y el castillo meticulosamente apuntalado, y de buenas a primeras, sientes que algo desde fuera te posee y se apodera de ti, todo se desmorona por momentos, dices y decides, haces y actúas, y lo presencias desde la barrera o flotando encima como en las experiencias cercanas a la muerte, cuando el tipo resucita y describe a la perfección la conversación entre los cirujanos aunque sus oídos estaban tapados y su cerebro era un encefalograma plano. Dices adiós y al minuto siguiente te arrepientes, ¿quién ha dicho adiós?_ piensas, yo no, y luego cuando aún estas a tiempo de rectificar, malgastas las horas, los días, las semanas o los meses rumiando los hechos, considerando las opciones y meditando sobre el impulso que se metió en tus carnes, de miedo a que ese impulso sea la verdad que te quiere sacar del engaño en el que vivías, de miedo a que ese fantasma que habló por ti desde los confines de tu inconsciencia tenga razón, con la cara de un bebé al que le han pegado una torta, confundido como un pez fuera del agua, piensas en el impulso y aun cuando después de pocos minutos ya hayas tomado la determinación de retractarte o te hagas cruces de haber sido tan estúpido de cometer tamaño error, es demasiado tarde, o la cascada de reacciones que has precipitado no espera a que te decidas y ya no hay marcha atrás, o el impulso empuja la primera ficha de dominó que desencadena una serie de despropósitos que lo ensucian y lo estropean todo.

De esta guisa, el impulso triunfa por encima de otras consideraciones. Es decir, todo se va a la mierda. Sin embargo, cuando sucede demasiadas veces en la vida, acabas por acostumbrarte.

Si no voy a poder controlar esos impulsos, ni lo que voy a decir, ni lo que voy a hacer, si las decisiones han de dirigirse al azar, sin directrices y sin mi consentimiento previo, si no tengo control tampoco sobre lo que sucederá después, para qué voy a preocuparme, sencillamente intentas estar preparado para gozar o sufrir con ese alarde de la naturaleza, gozar o sufrir con el caos que reina en el mundo y que quizá (piensas también para autosugestionarte) sea lo que hace que esta debacle merezca la pena, lo que hace que esta noria sea divertida, lo que hace que el tiovivo siga girando, preparado para gozar o sufrir de esta incertidumbre que nos mantiene vivos.

Y es que lamentablemente, las circunstancias a menudo son más fuertes que nuestros deseos y aspiraciones, y si para colmo tienes mala suerte, ya puedes esperar sentado a que la eventualidad juegue a tu favor o a que el escenario se corresponda con la historia que guardas en el bolsillo. Un consejo, vívela tú, pinta un escenario a tu manera, o estás perdido. Si lo haces, al menos los que sufrirán serán los otros, sobrevive o muere.

Esa es mi historia. Cuando yo estoy listo para amar ella no lo está, cuando quiero montar una empresa nadie está disponible, cuando me retiro a escribir la inspiración se va de picos pardos, etcétera, pero por fortuna, muchos etcéteras al contrario.

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