PALABRAS (Texto y música: Noreste / Ilustración: Willy Ollero)



                                                                                                                             Noreste: Palabras

Había un juego al que solamente jugábamos los dos, un juego que nos hacía sentir especiales, un juego que se convirtió en algo más profundo, algo importante que nos unió.

Ya por aquel entonces tenía la manía de utilizar ese juego para provocarla en cualquier sitio y en cualquier momento, siempre que me aburría, le decía algo raro, algo incomprensible, lo primero que me venía a la cabeza, y le pedía que lo repitiera. Escucharla reproducir cualquiera de aquellas frases absurdas y sin sentido me parecía divertido y me hacía reír siempre. Con su voz, con ese gesto de contrariedad, concentrada en las sílabas y la entonación, las frases sonaban graciosas, pero lo que más me gustaba era el modo en que parecía intentar que lo que decía tuviera sentido.

- Rufilare tundra exequio_ le soltaba en el metro sin venir a cuento.

Como de costumbre, ella me miraba y ponía los ojos en blanco, como queriendo hacerme ver lo estúpido que le parecía aquel juego o lo pesado que resultaba que insistiera en jugar una vez más.

- Rufilare tundra exequio_ repetía entonces, y volvía a hacerlo una y otra vez cuando se negaba a seguirme la bola, así hasta que por fin, quizá para no oírme, acababa accediendo.

Entonces mi sonrisa se precipitaba en una carcajada escandalosa. Ella me daba un puñetazo en el brazo. Yo me quejaba y le informaba de que no me reía de ella, sino con ella, que era el juego lo que me parecía gracioso, y no ella.

Al principio solamente conseguía convencerla para que me imitara una vez. Después, con el tiempo, fue dejándose llevar, repitiendo varias opciones que se me iban ocurriendo. Finalmente, dejó de hacerse de rogar, y ella misma fue proponiendo diversas palabras para que fuera yo quien las repitiera.

- Tracalara pimpineri tuti_ fue su primer intento, y no puedo olvidarlo porque casi me da algo al escucharlo.

- Parece Italiano_ contesté.

En los primeros meses, solamente nos retábamos con dos o tres palabras, pero poco a poco con la práctica, fueron transformándose en frases enteras, incluso intentábamos que la estructura fuera coherente, que se pudiera distinguir un sujeto, un verbo y un predicado.

- Larundi ratiola yolar pritiendera sontra lequina_ me decía, y después de mi fallo o mi acierto, se jactaba de lo buena que era la que le había salido.

- Eso es porque la habías estado pensando antes_ la atacaba.

- Te juro que no_ me contestaba, y la repetía susurrando para sí misma. Luego me explicaba que "yolar" era el verbo y que "lequina" era el adjetivo.

- ¿Ah si, y qué significan?

- Yo que sé, nada en absoluto, eres tú el que se ha inventado este juego tan tonto_ se defendía, pero era capaz de ver en sus ojos que estaba disfrutando, que le había cogido gusto a la tontería y que a ella también le divertía.

- Shisha, shisha_ respondía entonces, y de algún modo sabía que esa palabra significaba "si", esa era la definición que quería darle.

No se lo dije, sin embargo, al repetirlo en diferentes ocasiones, ella terminó por comprender que eso era lo que significaba, e incluso llegó a utilizarlo con toda la naturalidad del mundo, tanto, que lo usaba aun cuando estábamos con gente, o en situaciones en las que no estábamos jugando a ese juego, por supuesto, al decir "shisha", en lugar de sí, sólo la entendía yo.

Se trataba de hablar un idioma extraño, un idioma inventando, un idioma que no existe, y no nos cansábamos nunca. No es que estuviéramos haciéndolo todos los días a todas horas, pero si recurríamos a ello muy a menudo. Poco a poco, con el transcurso de los meses, fuimos recayendo en las mismas palabras y usábamos fórmulas parecidas. Algunas veces era ella quien me explicaba lo que había querido decir con una de sus frases y lo que significaban las palabras que había utilizado. Otras veces era yo quien le enumeraba las definiciones que le otorgaba a mis palabras imposibles para elaborar frases con sentido.

- Le Birianfo maltone locar sufrande_ decía.

Yo sabía que "Sufrande" significaba increíble, y que usaba "locar" como el verbo parecer, así que algo le parecía increíble. No puedo explicar cómo lo sabía, pero lo sabía, porque ya lo había utilizado en otro momento, o porque en alguna ocasión me las había enseñado.

- "Birianfo" es vestido, y "maltone" es negro_ proseguía sin que se lo pidiese.

- ¿Ah si? Pues ya que te pones, dime cómo es el blanco, el rojo, o el azul_ le azuzaba. 

- Blanco es "livino", ¿no te acuerdas?, y rojo… será… "forolo"_ concluía con satisfacción.

- Vale, pues entonces azul será "cerolo"_ le correspondía yo_ A ver si te crees que vas a poner tú todas las traducciones.

Y así podíamos pasarnos horas enteras, cambiándole el nombre a los números, a los colores, a los días, los meses, las estaciones, y todos los objetos cotidianos que nos íbamos encontrando. Memorizarlo no fue tan complicado, simplemente me pasaba el resto del día pensando en aquellas palabras casi sin darme cuenta, supongo que a ella le pasaría lo mismo. Lo que había comenzado como un juego abstracto y surrealista, se fue transformando en una práctica coherente y concienzuda de un lenguaje que nos estábamos inventando sobre la marcha. 

Y de repente, sucedió algo distinto que lo cambió todo. Mi abuela falleció, y en los días posteriores al funeral, me sumí en una depresión profunda. No conseguía levantar cabeza. Una noche, cuando Ana llegó del trabajo, me encontró mirando la televisión sin sonido, triste, desganado, estático. Entonces, me acarició la barbilla, y como no sabía que decir, me habló en nuestro idioma inventado:

- Reti fulmare disanto rani_ me susurró, y aunque aquellas palabras no significaban nada, yo sabía en el fondo lo que quería expresar.

Alcé la mirada. Una vez más, cuando parecía imposible, ella, la única capaz de conseguirlo, me había hecho sonreír. Pero había algo más, porque resultaba que la había entendido perfectamente. Me había dicho: "Nunca olvides que estoy aquí".  

- Chisparia acatunomarece_ añadió después.

"Acatunomarece" era una palabra comodín, una de esas palabras que utilizábamos cuando no sabíamos que decir, significaba te quiero, significaba te amo, significaba quiero hacer el amor contigo, significaba siempre estaré a tu lado, y siempre que la pronunciaba, se me secaba la garganta y el corazón me latía con fuerza. En aquella ocasión, esa palabra me arrancó la tristeza de cuajo y la convirtió como por arte de magia, en una inofensiva melancolía.

- Ta lero acatunomarece_ contesté, y se me llenó la boca hasta el punto de que creí ahogarme de felicidad. Ella sabía que "ta lero" significaba "yo también".

A partir de aquel día, nos dimos cuenta de que teníamos un poder, un arma, un truco, un secreto contra los problemas que quisieran acosarnos. Y de tal forma, empezamos a usar nuestro idioma raro cuando estábamos triste o las preocupaciones nos mantenían inquietos. Pero también lo intercambiábamos susurrando en la oscuridad y las palabras se deslizaban como el agua. Lo mejor era cuando nos enfadábamos y de tanto discutir empezábamos a no entendernos, porque entonces, una sola frase en ese otro lenguaje, conseguía arreglarlo todo. 

Tenía que haber imaginado que nada dura para siempre. Tenía que haber sido más precavido y haberme dado cuenta de que nuestro poder se podía gastar de tanto usarlo, de que llega un momento en que las palabras se pueden agotar. Teníamos una fruta jugosa entre las manos y la apretamos con tanta fuerza, que la acabamos por secar.

Ignoro por qué después de tanto tiempo de pasión desenfrenada, de amor de ése del de verdad, porque después de reinventarnos un millón de veces para poder seguir juntos, todo se acabó estropeando.

Sólo sé que un día, dejamos de entendernos. Fue demasiado amor, tan abrasador como un incendio, tanto que no nos cabía en un beso, y de la noche a la mañana, nos olvidamos de lo intenso que había sido entendernos. Nunca habíamos inventado una palabra para pedir perdón, y ahora, ninguno de los dos sabía cómo hacerlo. Cualquier intento era inútil.

- Turale mon amerese_ le decía con cariño pero ella no me contestaba.

- Paliaro nude sonimo_ me decía ella, y aunque yo sabía que no era malo, no podía contestarla, porque por primera vez en mucho tiempo, no la comprendía.

Hablábamos el mismo idioma de siempre, y sin embargo era como si hablásemos lenguajes distintos. Ya no servía, habíamos perdido algo por el camino.

No entendía lo que había pasado, cuando había comenzado y cuándo se había terminado, y lo peor de todo, era que sin poder recurrir a las palabras, aun cuando estábamos juntos en la misma habitación, nos sentíamos solos.

No le pedí perdón, ella tampoco lo hizo. A veces es más importante lo que no se dice. Quizá mirarnos habría sido suficiente. A veces pienso que habría sido tan fácil como decir cualquier cosa, algo como… "papiol", o lo que fuera, y después haberle explicado que eso significaba que lo sentía, pero tampoco lo hice. Olvidamos las palabras y la perdí para siempre.


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