FELX


Querida, te escribo desde lo más recóndito del espacio tiempo para contarte algo que me ha llenado de esperanza y compasión. Hace mucho que partí, y mucho que no nos vemos, y aunque en mis cartas nunca te hablo del trabajo que aquí estamos realizando, he querido hacerlo esta vez, para hacerte partícipe de un detalle minúsculo de la investigación, una percepción mía personal que no incluiré en los informes para el comité.

De todas aquellas criaturas que fueron rescatando en diferentes confines aislados de aquel planeta devastado de sólo cuatro mil millones de años de antigüedad, Felx era sin duda el que más había captado mi atención. Fue el último que trajeron, y presumiblemente, según las conclusiones del departamento de exploración, el último superviviente de esta rara estirpe de seres inteligentes que habían evolucionado apartados del resto del Universo en una galaxia diminuta y desconocida. 

Trato de comprender por todos los medios cómo se habían debido de sentir durante siglos en aquella absoluta soledad, sospechando que eran únicos e irrepetibles, que estaban solos y desamparados en un inmenso vacío, conscientes de alguna manera de que sólo se tenían los unos a los otros en aquella pequeña roca que no dejaba de girar alrededor de una estrella. Intento hacerme una idea del miedo, la melancolía o el abandono de los que pudieron sentirse aquejados al imaginarse, aunque fuera equivocadamente, que solamente existían ellos, recorriendo su estrecha franja de tiempo, una franja de tiempo, la de sus vidas, tremendamente corta con respecto al resto de seres inteligentes que ocupan el complejo estelar del cual se tiene constancia en nuestros archivos, una vida realmente exigua por culpa exclusivamente de su metabolismo acelerado. 

Estos seres son verdaderas máquinas de consumir energía, y por eso han de comer tres veces a lo largo de sus ciclos de vigilia y restablecerse en letargos tan prolongados como el tiempo que pasan despiertos. En este punto, como en todos los demás que ya he mencionado, Felx es un caso tan ejemplar y característico, como singular y extraordinario. Sin duda necesita comer y dormir más que los demás, y por tal motivo, a veces desarrolla tales actividades en profundidad o con una genuina compulsión. Después de mucho tiempo de estudio acabé comprendiendo que Felx es la representación exacerbada de todas las cualidades que estoy describiendo y que definen a los sujetos de estudio de esta raza, como facetas de un cristal con una forma difícil de entender. Y por tanto, Felx es quien mayor miedo parece experimentar frente a su naturaleza compleja y efímera, quien se sume durante mayores períodos de tiempo en esa melancolía que mencionaba antes, a veces hasta el punto de ausentarse de lo que le rodea en una distracción máxima, de tal manera que se diría que sueña con los ojos abiertos. Sus ojos caen durante esas fases de laguna mental como dos cristales tristes, y en ocasiones, pareciera que incluso van a romper a llorar, lo cual, por otra parte, teniendo en cuenta que aún no podemos traducir los pensamientos que surcan los cerebros de estas criaturas, puede ser debido también a que Felx es quien más añora su anterior vida, aquella en la que con los suyos, trataba de sobrevivir mal o bien frente a las inclemencias que los castigaban.

Analizo una y otra vez los vídeos que recopilamos de la vida en común de estas escasas dos decenas de sujetos que hemos encontrado y por mucho que me esfuerzo en estudiarlos como un conjunto étnico y social, no logro evitar que mi interés y mi curiosidad se inclinen del lado de este singular macho pálido al que llamamos Felx.

Le dimos en llamar Felx utilizando el mismo método que con el resto de los supervivientes, basándonos en el sonido gutural que emitían repetidamente, señalándose a sí mismos, en el instante que fueron interceptados.

Dentro de las instalaciones al aire libre que hemos erigido en el corazón de una de las miles de islas que han quedado repartidas por su océano, las veinte criaturas lograron conocerse a pesar de que por los rasgos anatómicos y faciales, y en base a su comportamiento, podemos deducir que no compartían el mismo lenguaje. No paramos de preguntarnos cómo es posible que habiendo sido tan pocos especímenes antes de la catástrofe, sólo unos cinco, seis o siete mil millones, según nuestras estimaciones, y siendo su hábitat tan reducido como una esfera de tan sólo doce mil quilómetros de diámetro, hubiera una diversidad de idiomas, religiones, creencias y líneas de pensamiento tan enormes y maravillosas como inútiles y poco prácticas. Y desarrollamos una teoría según la cual, quizá fuera éste el motivo que los arrojó a su destino fatal. En nuestra hipótesis elucubramos sobre la posibilidad de que fuera esta incomunicación y sus distintas concepciones de la vida y el mundo, lo que les condujera a destruirse los unos a los otros sin remedio, a pesar de que por lo que hemos podido atestiguar, actualmente no demuestran una excesiva hostilidad.

Y es a este punto al que quería llegar, al momento en que me he dado cuenta de una enigmática coincidencia que podría explicar muchas cosas, algo que en realidad podría explicarlo todo, pero que lamentablemente no puedo demostrar empíricamente y que además, temo que no sea más que una invención mía, un delirio pura y sencillamente poético.

Estos seres eran incapaces de organizarse por mucho que lo intentaban. Había cismas, discusiones, rencores y envidias que arrastraban de su anterior vida y su trágico desenlace, lo cual unido al tremendo condicionamiento hormonal al que se ven condenados, y que les hace desear amar y procrear con una pasión desorientada, los estaba abocando a un nuevo conflicto, mucho menor que el que desencadenó su extinción, pero con las mismas directrices y connotaciones. 

Estábamos siendo partícipes de una representación a pequeña escala de lo que probablemente había sucedido antes de la hecatombe. Y eso, sólo por haber 
reunido a aquellas criaturas que antes de ser interceptadas, vagaban solitarias en diferentes localizaciones de su planeta, sin saber que no eran los únicos supervivientes. ¿Deberíamos sentirnos culpables por haber provocado esta confluencia en contra de lo que dictaminara su propia Historia, su propio destino y su propia naturaleza? Ya sabes que no creo en las casualidades, y que pudiéramos detectarlos, hallarlos y rescatarlos tampoco creo que lo haya sido. ¿Quién sabe si habrían sobrevivido de otro modo?

Pues bien, fue en esa encrucijada en la que no queríamos intervenir pero que parecía abocada a un fracaso absoluto si dependía de ellos, cuando trajeron a Felx en el transbordador. 

Lo que sucedió fue algo misterioso. Felx tardó en empatizar con los demás sujetos de su especie, pero cuando por fin se relacionó con ellos, se produjo el milagro. Es como si todos los demás hubieran podido de pronto reconocerse en él, como si hubieran podido reconocer sus errores, sus incapacidades, sus limitaciones, su falta de tolerancia y su descabellada locura, o mejor dicho, su sinrazón, pues lo que les estaba ocurriendo no era más que una irracional forma de relacionarse, aunque lo paradójico era que se convertía en irracional solamente por el esfuerzo obsesivo por racionalizar las cosas, ésas que tu y yo sabemos que son imposibles de entender y que intentar hacerlo sólo puede destruir la mente de cualquier ser inteligente. Estas criaturas no podían comprender algo que el resto del Universo ya teníamos asumido desde hacía eones de tiempo, la gran verdad de que por muy inteligentes que seamos nunca sabremos nada del equilibrio que nos ha traído hasta aquí y nos ha hecho como somos, esa gran verdad sobre la que debería apoyarse cualquier otra clase de reflexión, investigación y teoría sobre la vida.

Pero no quiero alargarme más. Iré al tema en cuestión.

Felx discutía como el que más, se obsesionaba más, intentaba solucionar las cosas con mayor ahínco y perseverancia que los demás, y en definitiva, amaba más que el resto de sus congéneres, en un loco suicidio por ordenar el campamento, por entender a los vecinos de su ahora reducida comunidad, por entenderse incluso a sí mismo. Entraba reiteradamente en conflicto con los demás y consigo mismo, quería amar, que lo amasen y que todos se amasen entre ellos.

Y lo increíble fue que a pesar de quedarse solo, siendo ligeramente desplazado por la comunidad, apartado del liderazgo desde el minuto uno de su llegada, todos y cada uno de los supervivientes se vieron atraídos por su entusiasmo casi infantil, y sin hacerle partícipe de ello, se vieron reflejados en él, le amaron, se volvieron absolutamente dependientes de él y de su presencia. 

Felx se había convertido en un mártir, un cabeza de turco perfecto al que echar la culpa de cualquier cosa que sucedía. Todas las conversaciones, los rumores, los cotilleos, terminaban redundando en Felx.  Se había convertido en el espejo donde todos se veían reflejados, un espejo donde reconocer sus más preciosas virtudes y sus peores defectos al mismo tiempo. Felx era el punto de fuga por donde se filtraba el mal que había en los demás, como si se lo tragara y luego lo escupiera, el punto de fuga por donde se escapaba el mal que albergaban todos ellos, lo cual, según mi consideración personal, aunque algunos científicos del departamento discrepen, convertía a Felx en el mejor de todos ellos, por la simple razón de que era, en el fondo, el único bueno, el único tan puro como para mostrar la maldad que su raza llevaba dentro sin avergonzarse por ello, sino con la intención de crecer, aprender y evolucionar, con la pretensión loca de aceptarla y poder convivir con ella.

Fue cuando comprendí que Felx, mi querida esposa, era el más humano de todos estos seres humanos, el que más humanidad demostraba tener, el que mejor representaba a su raza, pero también, al mismo tiempo, el que más se parecía a nosotros.

Él era la cura, la luz, el nexo que ligaba a estas criaturas con el resto del Universo, el motivo por el que merecían sobrevivir, el antepasado más cercano a nosotros. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario