LA PAREJA PERFECTA (Texto: Noreste / Ilustración: Paula Polo)


                                                                        Noreste: El Hombre Que Hay Detrás
Cuando mi abuelo me confesó que no estaba enamorado de mi abuela, que de hecho, jamás lo había estado, me quedé petrificado delante de él con cara de bobo. Por supuesto, se refería a la clase de amor del que yo le acababa de hablar, pero el modo en que lo afirmó sin darle importancia, mientras remataba unas pinceladas en el último lienzo que estaba pintando, girando la cabeza de vez en cuando hacia la televisión, distraído y medio ausente, me dejó helado.

- ¿Por qué Susana ya no se pasa por aquí?_ me había preguntado como quien no quiere la cosa, con esa cualidad que tenía de extraer información esencial con la mayor naturalidad del mundo, como si en realidad estuviera hablando del tiempo.

- Ya no estamos juntos_ contesté abiertamente.

- Mm, mm_ se limitó a añadir_ ¿y eso?

Fue cuando le expliqué que mi relación con Susana era prácticamente perfecta, haciendo un recorrido por nuestras rutinas, nuestros itinerarios y actividades, por todo el sin fin de ejemplos de lo cotidiano y extraordinario que compartíamos.

- ¿Entonces?_ quiso saber.

Y concluí añadiendo que a pesar de todo, en mi relación con Susana faltaba algo, una cosa indefinible que nunca habíamos tenido, esa chispa, esa pasión, ese hormigueo en las tripas que para mí, profundicé en la cuestión, era imprescindible. En resumen, que no estaba enamorado.

- No como la abuela y tu lo estáis_ agregué sin despeinarme, ya que siempre habían sido el reflejo de lo que para mí debía ser una pareja perfecta.

Fue entonces cuando recibí el mazazo.

- Mm, mm, entiendo, yo tampoco estoy enamorado de tu abuela_ dijo, y continuó con lo que estaba haciendo como si esa afirmación diese por zanjado el asunto.

Sabía que cuando mi abuelo pintaba era muy difícil mantener una conversación fluida, así que, aunque tardé un rato en reaccionar, terminé por abandonar cualquier intento de ahondar en el tema. No obstante, cuando mi abuela llegó a casa cargada con las bolsas de la compra, una vez que hubimos terminado de colocar todo en las estanterías de la alacena, no pude aguantar más, y abordé mis inquietudes de forma directa.

- ¿Estás enamorada del abuelo, verdad?_ le interrogué con cara de preocupación.

Mi abuela me observó detenidamente, entornando los párpados y frunciendo los labios, como si intentara adivinar lo que podía haber detrás de una pregunta tan extraña, y quizá lo consiguió, pues sonriendo, respondió:

- No, claro que no cariño.

- Pero le quieres_ me salió instantáneamente, casi en escopetazo.

- Claro, más que a nada en este mundo.

Mi cara debía ser un poema, o mejor, un cuadro de Kandinski, pues mi abuela se acercó, se sentó a mi lado, y me cogió de las manos, estrujándolas de ese modo en que siempre lo hacía y que tanto me relajaba, mirándome como si tratara de solucionar un problema.

- Tienes la tarde libre, ¿verdad?_ me preguntó.

- Si, ¿por?

- Si tienes tiempo te cuento una historia…

De esta forma, mi abuela comenzó a desbaratar cada una de las pocas creencias en las que ciegamente había depositado mi fe, una fe pueril versada fundamentalmente en ideas preconcebidas de cómo debía ser el mundo, un collage de comentarios que había escuchado a mis padres o a un par de amigos a los que idolatraba porque parecían más espabilados que yo, una filosofía barata llena de retazos de películas con final feliz y canciones de grupos adolescentes.

No me atreví a interrumpirla. Hablaba haciendo verdaderos esfuerzos para que la entendiera, y lo estaba haciendo bien, con una lucidez extrañamente apasionada, como si pensase que ésta era una oportunidad única de hablar con su nieto de tu a tu, como si supiera que sería la última oportunidad de dejar un legado en mi, la verdad de su vida, como si estuviera acostumbrada a que la gente no la escuchara, intentando evitar aquellas referencias manidas con las que dibujaba su pasado en reuniones familiares y que siempre terminaban con la coletilla de alguno de los presentes recordándole con condescendencia que ya nos lo había contado cientos de veces. Tanto se esforzó en captar mi atención y no perder el hilo, que me contó su historia como si fuera una auténtica novela. Ojalá hubiera tenido una grabadora en mis manos. Sólo puedo intentar reproducirlo con la mayor elegancia posible. Y esto, fue lo que me contó:

- Verás, tu abuelo es una mezcla curiosa de idealismo incondicional y un pragmatismo implacable, y yo… en fin, yo no he sido más que una tonta toda mi vida.

- No digas eso abuela…

- Pero es cierto, siempre me he dejado llevar, nunca he pensado muy seriamente en las decisiones que tomaba, pero no me arrepiento, creo que hay algo poderosamente acertado en eso de no pensar, en eso de quedarte cuando te quieres quedar y marcharte cuando estás cansado de algo que no te gusta, en hacer lo que te apetece en cada momento sin reparar en las circunstancias.

- Te entiendo.

- ¿Me entiendes? Bien, lo estoy viendo bastante claro, no sé por qué… verás…
  Empecé a salir con tu abuelo cuando aún era muy joven, fue tan perseverante y tenaz a la hora de perseguirme y halagarme con cientos de promesas y regalos que no tuve otra opción que rendirme… ¿Que si me gustaba?… Pues mira, no sé, supongo que con diecinueve años, si un chico se interesa por ti de ese modo, pues te gusta… ¿Que si me habría fijado en él si no se hubiera empeñado? Posiblemente no… Nunca fue mi tipo, ¿sabes?

- Abuela…

- Es verdad… Era otra época ¿sabes?, si uno se ennoviaba no había vuelta atrás… pero no fue exactamente así para nosotros… Tu abuelo trabajaba en aquella empresa de restauración y yo en esa peluquería del centro de la ciudad… Estuvimos saliendo un año entero, gastándonos nuestros sueldos a base de bien, nos divertíamos mucho juntos, nos hicimos íntimos, qué se yo, se convirtió en mi mejor amigo casi sin que me diera cuenta, y supongo que a él le sucedió lo mismo…

- Eso es bonito.

- Supongo que si… pero mira… Yo tenía muchos pretendientes… Un día me enfadé con él y lo mandé a freír espárragos… Entonces él empezó a salir con otra chica, y yo hice lo mismo…

- Pero… un momento… ¿qué pasó?, creo que te estás dejando algo en el tintero…

- Nada querido, tuvimos una discusión muy fuerte y todo se acabó, y lo siento, no me acuerdo de cuál fue la tontería de turno que nos hizo acabar así, ya sabes que tu abuelo y yo siempre estamos a la gresca… Qué años aquellos…
Ni te imaginas cómo estaba el percal… caían bombas y corríamos a refugiarnos en las tiendas de alrededor… yo flirteaba con los guardias en la entrada del ministerio de gobernación para que me dejaran visitar a mi padre y los amigos que habían sido encerrados en el calabozo por el régimen sin mayor alegato que el de ser rojos… Les prometía que les dejaría sacarme de paseo un día y a cambio les llevaba comida a aquellos pobres damnificados de la guerra…

- ¿Y salías con ellos?

- Nunca jamás me habría dejado tocar por uno de aquellos grises… pero sí por otros… estudiantes que me presentaban mis compañeras de la peluquería… ¿qué te crees, que siempre he tenido esta pinta?, era pequeña, pero también una rubia de altura…

- ¿Y qué sucedió?

- Pasaron varios meses… y un día me encontré con tu abuelo en la estación de autobuses… No te creerás lo primero que dijo al verme…

- ¿El qué abuela?

- Que si quería salir con él, así, sin más, mirándome con esa cara que pone de no haber roto un plato en su vida… ¿Y qué pasa con esa chica con la que te han visto? Eso es lo que le dije toda digna y orgullosa… La dejaré, me contestó rápidamente… ¿Cómo que la dejarás, es que no te gusta esa chica?, insistí… Pero yo quiero estar contigo, concluyó muy seguro de sí mismo…
  No tenía ninguna duda al respecto, como si en realidad nunca hubiese dejado de saber que lo que quería era estar conmigo, como si estar con cualquier otra fuera un trámite tan frívolo como ir a comprar el pan al supermercado…

- ¿Y qué pasó?

- Pues que dejó a esa chica y volvimos a estar juntos…

- ¿Así, sin más?

- ¿Qué más quieres? No fue la última vez que nos pasó algo parecido…

- Pero entonces… os queríais…

- Nunca me lo dijo, y yo nunca se lo dije a él… Sencillamente fuimos cruzándonos una y otra vez en el tiempo, y cada vez que lo hacíamos, seguíamos siendo la mejor opción que teníamos, nada ni nadie pudo nunca rellenar ese espacio que ocupábamos el uno para el otro…

Debía ser el momento y el lugar adecuado para tener aquella conversación. Para reconocer esa clase de días en los que todo sucede de una manera fluida, tal y como debe suceder, con un ritmo y una cadencia casi perfectas, lo mejor es fijarse en las interrupciones, en cómo éstas ocurren en el instante preciso, en cómo encajan en el conjunto, llevando la charla o los acontecimientos a otro plano distinto, un poco más allá justo cuando parece que van a extinguirse dejándonos con la sensación incómoda de haber dejado algo inacabado. Así sucedió, y cuando mi abuelo entró en la cocina con el frasco de aguarrás sucio y los pinceles, con intención de limpiarlos en la pila, su breve aportación fue el impulso necesario para que mi abuela reanudara su relato. Lo hizo como si hubiese estado escuchando detrás de la puerta, como si supiera de lo que estábamos hablando, lo cual demostró una vez más la inteligencia emocional de aquel anciano del que descendíamos todos, y me sentí orgulloso de formar parte de su estirpe, un orgullo mezclado con cierta responsabilidad, la de estar a la altura en mi propia vida con mi modo de actuar, tomando las mejores decisiones, sin estorbar o molestar a los demás, y por un momento, quise saber cuál era el truco, cómo lo hacía, aunque con los sesenta años de experiencia que me sacaba, la respuesta era bastante obvia.

- ¿Sabes a qué se refiere?_ preguntó enigmáticamente, y vi como mi abuela ponía los ojos en blanco, negando con la cabeza.

- Estamos teniendo una charla privada, ¿no estabas pintando?

- Si querida, en seguida me marcho…

No quería que aquello derivara en una de las típicas polémicas absurdas en las que los dos se enredaban sin sentido, así que intervine rápidamente.

- ¿A qué se refiere abuelo?

- Ah si, tu abuela y yo tenemos un secreto… Ignoro si ella lo sabe, y yo me percaté de ello hace poco, no te creas…

- ¿Un secreto?

- Si, una especie de fórmula para funcionar, y aunque muchas veces nos haya parecido que lo nuestro era una relación difícil o imposible de encauzar, no lo era más o menos que cualquier otra, y en realidad, este secreto del que te hablo nos estaba condenando a cierta clase de éxito, matrimonial, vital, qué se yo, sin que nosotros nos diéramos cuenta…

La abuela había cambiado el gesto, y ahora parecía incluso más intrigada que yo:

- ¿Cuál es ese secreto? 

Mi abuelo tardó un minuto en responder, como si buscase las palabras adecuadas o simplemente quisiera hacerse el interesante ahora que había logrado captar nuestra atención. Estaba de espaldas a nosotros, dejando correr el agua caliente sobre el frasco de pinceles, y su voz, grabe y rotunda, un poco quebrada por el tabaco, nos llegó con cierta reverberación, como si lo hiciera desde un lugar lejano.

- Ambos nos dejamos guiar por lo fortuito, obedecemos a aquello que nos dicta la casualidad sin tratar de entenderlo. Por ejemplo, si yo me acuerdo de una persona a la que no he visto o con la que no he hablado desde hace tiempo, una novia, un amigo, un familiar, o incluso alguien que conocí una vez y nunca más volví a ver a pesar de que nos proporcionamos el contacto, me entran ganas de llamarlo. Me da igual si me he acordado de ella desde un vacío absoluto de pensamiento o por la más lógica asociación de ideas, el caso es que si ha surgido, me he acordado y me entran ganas de llamarlo, lo hago, y poco me importa si lo hago dejándome llevar por el instinto o la intuición, o por el razonamiento más elaborado de todos, como tampoco me importan las consecuencias, qué pensará de mi esa persona al hacerlo, será adecuado, merece la pena, qué me reportará a mi, y ese largo etcétera que hace que la gente tarde demasiado en hacer algo o que jamás llegue a hacerlo. Si yo fuera quien recibiera esa llamada de alguien actuaría de la misma manera intrascendente que si fuera yo quien la hiciera, y lo que hagan los demás me da igual, o como quieran tomárselo, si quieren buscarle tres pies al gato que lo hagan. ¿Y sabes qué es lo mejor? Que tu abuela es exactamente igual que yo en este aspecto y hace lo mismo.

Cuando se dio la vuelta y nos miró, percibí una nube de melancolía en su rostro, como si estuviera velado por infinidad de recuerdos cálidos y agradables. Su cara era la de alguien que se siente afortunado, sin duda. Se acercó a mí, me revolvió el pelo con una mano y antes de marcharse, añadió: 

- No es más que un ejemplo, pero representa perfectamente el modo de vivir que los dos, juntos o separados, hemos adquirido a lo largo de los años, en todas las facetas de la vida, como un estilo de vida, una filosofía de bolsillo que teníamos incorporada de serie, ya ves, éramos así y ya está. Dos personas que actúan de esta forma no tienen otra opción que estar juntas si se encuentran y y da la casualidad de que se dan tiempo para conocerse, ¿no crees?

Cuando por fin se marchó, mi abuela y yo nos quedamos un rato en silencio, pensativos, un poco sacudidos por aquella sinceridad repentina, o por lo bonito que se sentía detrás de aquella palabras. Ella se incorporó despacio.

- Prepararé un par de tazas de café caliente, ¿te parece?

- Creo que si.

Empecé a jugar con las lentejas que había desperdigadas por la mesa, separando las malas de las buenas como un acto automático, sin poder dejar de pensar en Susana, en lo nuestro, y en la cantidad de veces que había querido llamarla por el simple hecho de hacerlo desde que habíamos roto y habíamos dejado de vernos, y no lo había hecho por uno u otro motivo, y temí haberme equivocado, pues en verdad no podía haber nada de malo en hacerlo. Una llamada, sólo una llamada. Poco importaba que no cogiera el teléfono o que no quisiera hablar conmigo, o que esa llamada me hiciera daño a mi o peor aún, a ella. Sencillamente tenía que estar preparado para lo que fuera. Si estábamos predestinados a estar juntos otra vez o a no volver a vernos en la vida, una llamada no iba a cambiarlo, ¿o si?

- Aquí tienes.

Hay pocas sensaciones más agradables que una taza de café caliente entre las manos en invierno, acercarla a la boca, soplar suavemente, respirar el aroma que desprende y dar un pequeño primer sorbo. Casi mojándome los labios solamente para no quemarme, me despejé y salí de mi ensimismamiento.

- ¿Os casasteis?

- Bueno, si… Pero no esperes nada romántico… Estábamos hartos de la ciudad, de esa maldita sensación de tener que estar en ella para no perderte algo importante, de no dejar de hacer cosas para no caducar, de que ella determinara el ritmo de todo lo que hacíamos, de tener que ser una pareja de nuestro tiempo, un tiempo en el que todo cambiaba demasiado deprisa. No estábamos hechos para eso, nunca lo hemos estado.
  Para poder marcharnos juntos sin que ninguna de nuestras familias se opusiera, o para que no nos miraran raro al hacerlo, decidimos que lo mejor sería formalizar nuestra relación de aquella manera, eran otros tiempos, ¿sabes?, ahora se extrañarían de lo contrario, de que quisieras casarte sin haber ido a vivir primero con esa persona durante eso que llamáis período de prueba.
  Como ves, en nuestra historia, lo menos emocionante son esos momentos que se supone que deberían serlo. Aquellos que deberían haber sido los más significativos, en nuestro caso no lo fueron, pero a cambio, vivimos solos, sin testigos de ningún tipo, un montón de pequeños acontecimientos tan conmovedores y palpitantes que en su día, casi me cortaron la respiración o me quitaron el sentido… Como aquel día en que por fin empacamos todo el equipaje, nos despedimos de la familia y los amigos, nos subimos al tren y dejamos atrás todo para cumplir un sueño que curiosamente compartíamos… ¿Casarnos? Un puro trámite, pero marcharnos… 

- ¿Al pueblo…?

- Exacto, Padroluengo, muy cerca de Burgos, mi abuela había fallecido recientemente, yo era huérfana de madre, mi padre no quería saber nada de aquel terreno, así que yo era la única heredera de aquella vieja casa en la loma oeste, en el sendero que transcurría desde el bosque hasta la plaza del pueblo.

- ¿Y cuál era vuestro plan? Recuerdo las visitas que hacíamos cuando era pequeño, me acuerdo de un montón de cosas pero hace tanto que no vamos…  y nunca contáis nada…

- ¿Y quién quiere saber nada sobre la vida de dos viejos que lo único que hicieron en su vida fue apartarse del mundo y vivir a su manera?

- Yo quiero.

Mi abuela soltó una carcajada, y por un momento, pensé que siempre sonreía pero que no recordaba haberla escuchado reír de aquella manera, y me propuse tratar de provocarle aquella risa más a menudo.

- Cuéntame, ¿dejasteis vuestros trabajos?

- Yo seguí trabajando de peluquera en la barbería del pueblo, me dediqué a eso toda mi vida, qué se yo, me gustaba…

- ¿Y tus esculturas?

- Ah, eso, si, la escayola, la madera, el barro, incluso el hielo o el hierro forjado, son igual que el pelo de las señoras, se puede modelar y dar forma a nuestro antojo.

- Pero abuela, por dios, no es lo mismo, tienes el desván de la casa de campo llena de obras tuyas, ¿nunca te has plateado hacer una exposición?

- ¿Para qué?

- No sé, para enseñársela a la gente, o para dejar de trabajar en la peluquería, imagínate que ganaras dinero como el abuelo con sus cuadros y que pudieras dedicarte a eso todo el tiempo que quisieras, sin levantarte pronto, sin tener que aguantar a la gente.

- Yo hago eso para mí, no para los demás, poco me ha importado nunca lo que opinen de mis cosas… Y mi trabajo, verás, me encantaba madrugar, abrir el negocio, recibir a la gente, charlar de trivialidades… Si tu abuelo sólo pintara se volvería loco, él gastaba más tiempo en el huerto o haciendo chapuzas por casa que en el estudio, lo de que su obra tuviera reconocimiento y se vendiera de esa forma no fue más que una casualidad más que acogimos con agrado pues fue entonces cuando decidimos tener a tu madre…

- Comprendo…

Eso le dije, aunque reconozco que estaba un poco confundido. Era como si toda esa indiferencia que mostraban con respecto a su amor, se viese reflejada en todas las facetas de su vida. Tardé muy poco en asimilar que indiferencia no era la palabra adecuada, en cuanto mi abuela, después de una pausa en la que dejó que su mirada se perdiera en la taza de café, agregó:

- He conocido a muchas personas en mi vida y todas perseguían sueños imposibles… Eso está bien, igual que está bien hacer las cosas apasionadamente, pero también las he visto padecer por no alcanzar esos sueños o por volverlos inalcanzables inútilmente, igual que he visto parejas que se rompían o que se tornaban en relaciones desgraciadas por no saber frenar, por no saber vivir con los restos imperecederos que deja la pasión cuando se acaba… En general, cariño, he visto como amigos y conocidos se cargaban de tristezas y frustraciones por querer más… Los he visto volverse más infelices cuanto más sabían, cuanto más leían, cuanto más tenían, cuantos más objetivos alcanzaban, todo, todo, todo está bien, pero no se puede perder la perspectiva….

- ¿Qué perspectiva?

- La de que vivir no es más que eso, vivir… No es yo sepa mucho de estas cosas ni  sabría defender verdades aplastantes con la vehemencia con la que lo haría tu abuelo, pero como él decía antes, he vivido de una forma, y me ha funcionado... Sólo eso, por lo menos, tiene que significar algo…

- ¿De qué forma abuela? A veces no es tan fácil…

- Nadie dice que lo sea, pero hay algo auténtico en el hecho de seguir hacia delante sin más… Salvar los escollos que te encuentras, intentar hacer lo que más te gusta, y admirar lo que nos rodea... Es...  suficientemente bonito.

- ¿Eso es lo que hicisteis en Pradoluengo, vivir sin más?

- Supongo que si, las cosas se fueron colocando en su sitio sin que hiciéramos nada de particular… Cuando el dueño de la barbería falleció, sus hijos me vendieron el negocio, y disfruté de lo lindo reformándolo a mi manera… Estábamos tan contentos aquella noche en que le dieron la noticia a tu abuelo de que su obra se expondría en Bilbao, que hicimos el amor en el jardín, aún recuerdo aquella noche de verano… Nueve meses después nació tu madre, no te puedes ni imaginar lo que eso supuso en nuestras vidas… La casa y el pueblo fueron creciendo y transformándose a nuestro alrededor, hay algo intenso en la sensación de formar parte esencial de algo, ignoro si habría experimentado algo parecido en la ciudad… Claro que no todo fueron buenas nuevas… Vimos morir injustamente a mucha gente, compañeros de todas las edades, tuvimos que defender lo que nos pertenecía por derecho en tiempo de posguerra, lidiar con burocracias absurdas por mucho que quisimos alejarnos de ellas, la enfermedad acechaba siempre detrás de cualquier esquina, en fin, todo eso y mucho más es la vida, una especie de regalo maravilloso difícil de manejar…

Después de aquella tarde, nada volvió a ser lo mismo, y aunque este primer episodio concentrado de la vida de mis abuelos había tocado a su fin, cada vez que estuve con mi abuela a partir de ese día, nos costó muy poco esfuerzo retomar sus aventuras en conversaciones interminables, y esas aventuras nunca hablaron de grandes viajes por el mundo, ni de encuentros y desencuentros grandilocuentes, ni de enormes descubrimientos y revelaciones, sino de las más minúsculas características de lo cotidiano, que sin embargo, a mi siempre se me antojaban profundamente emocionantes. Sentía una empatía inmediata por ellas, pues al fin y al cabo mi vida estaba envuelta en decenas de situaciones similares, mi vida, una aventura como cualquier otra, repleta de pequeños milagros.

No nos dimos un abrazo, no lloramos, ni siquiera le di las gracias, esperamos sentados un buen rato, encendimos la tele, vimos un programa de entretenimiento y nos atiborramos de castañas. Mi abuelo se unió a nosotros y sólo salimos de la cocina para irnos a dormir. Cuando me preguntó si había ido bien con una mueca torcida, como si supiese perfectamente la respuesta, yo le contesté que ahora comprendía aquello de que no estaba enamorado de mi abuela, y es que en verdad, ellos, mis abuelos, los que para mí ahora más que nunca eran la pareja perfecta, jamás se habían planteado qué era aquello de enamorarse, nunca habían puesto esa etiqueta a lo que les unió de por vida, poco les había importado las definiciones del amor que otros dieran, y aunque suene a conformismo, fueron felices con lo que les había tocado vivir. Si hubo o no esa chispa que a mi me obsesionaba, esa química que yo buscaba denodadamente, si eran o no almas gemelas, eso es algo que ignoro porque ellos tampoco lo saben, y si quiero creer que si o no, eso es algo que me reservo para mi mismo, y que realmente, a la luz de una vida entera como la que ellos han compartido, tiene muy poca importancia.

¿Si me sirvió de algo, si cambió algo en mi vida? Sólo puedo decir que intenté que no fuera así. Habría sido fácil agarrarme a las lecturas que extraje de aquella conversación como una ley de vida, pero simplemente dejé que se acomodaran en algún rincón de mi memoria y mi inconsciente, hice esfuerzos por no tomar decisiones precipitadas, y me limité a hacer lo que me apetecía en cada momento. 

¿Si llamé a Susana, si volvimos a estar juntos? Me limitaré a añadir que jamás he conocido a una persona como ella en mi corta vida, y que he hecho todo lo posible para que forme parte de ella. 


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